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Laura Franco
3 de abril de 1951.
La señora Obregón terminó de desayunar, se arregló su corto y canoso pelo, se acomodó las gafas sobre la nariz, cogió su largo y negro abrigo y se puso sus negros guantes de piel en sus arrugadas manos. Ella era una mujer que, tras su inocente y dulce rostro, escondÃa una amplitud de secretos que, ni hasta sus conocidos más cercanos, tenÃan una ligera sospecha.
Todo empezó hacÃa 17 dÃas.
17 de marzo de 1951.
MarÃa Luisa Obregón estaba haciendo su turno de taxista habitual cuando una mujer de mediana edad, muy bien vestida, alta y morena, de unos ojos verdes y un gesto algo nervioso, la paró.
̶̶ Buenos dÃas joven, ¿a dónde puedo llevarla? ̶̶ Preguntó MarÃa Luisa mientras la mujer subia en el taxi.
̶̶ Buenos dÃas señora, me dirigo al hotel de la calle Rosario Pino.
̶̶ Muy bien. ̶̶ Añadió.
HabÃa oido hablar de ese hotel anteriormente. Aquel era un sitio muy lujoso y bonito. TenÃa un restaurante en la primera planta bastante caro, siempre habÃa querido ir ahÃ. MarÃa Luisa miró por el espejo retrovisor y vió a la mujer maquillarse y colocarse su media melena. La notaba contenta e ilusionada.
̶̶ Si no es indiscreción, ese lugar es muy bonito, ¿va ahà por negocios? ̶̶ Preguntó la señora Obregón.
̶̶ Oh no. Ciertamente he quedado con un hombre y estoy muy nerviosa. ̶̶ Dijo esbozando una sonrisita.
̶̶ ¿Su marido?
̶̶ No, no, de momento no. Bueno, en verdad él está casado, pero piensa dejarla para que podamos vivir juntos y casarnos.
̶̶ Oh, vaya. ̶̶ Dijo sorprendida. ̶̶ Bueno, ya hemos llegado. Son veinte euros por favor.
̶̶ Aquà tiene, muchas gracias. ̶̶ Dijo cerrando la puerta.
MarÃa Luisa se dispuso a arrancar cuando vió lo que jamás habrÃa podido creer. Aquella mujer habÃa quedado con su marido. La señora Obregón se quedó destrozada, no daba crédito. Decidió regresar a su casa antes de que la pudiesen ver.No lo entendÃa. HabÃan estado juntos treinta y cinco años, no habÃan tenido hijos, pero, aún asÃ, siempre habÃan sido un matrimonio feliz.
Se empezó a preguntar cuánto tiempo habrÃan estado juntos, a cuántos sitios como aquel caro hotel la habrÃa llevado para después decirle a su mujer que no tenÃan dinero. Cuántos regalos se habrÃa ahorrado para dárselos a la otra. Toda clase de pensamientos e ideas empezaron a surgir dentro de ella, las cenas de trabajo, las faltas de sueldo, los viajes de negocios... ¿Cuántas mentiras habrÃa sido capaz de inventar? Una sensación de odio y de rabia h acia él,la empezaron a cubrir.
̶̶ ¡Cariño, ya estoy en casa! ̶̶ Gritó su marido.
̶̶ Ah, hola cielo. ¿Qué tal? ¿Qué has hecho hoy?
̶̶ Bueno, hoy hemos tenido un dÃa muy agetreado en el trabajo, no te quiero aburrir.
̶̶ Vale cariño, te he preparado la cena, ve al salón.
Y mientras se marchaba rebuscó entre sus cosas hasta que encontró un papelito con la dirección de un restaurante que solÃa frecuentar su marido y con el nombre de una mujer escrito.
Los celos la reconcomÃan, pero a la vez, un único aliento de esperanza le decÃa que a lo mejor sólo habÃa sido un malentedido. Decidió ir a buscarla a aquel restaurante.
Pasaron tres dÃas y, por mucho que iba, no la encontraba. Al quinto dÃa, casi dada por vencida, la vió. Pasó por su lado, casi la rozó, pero no la reconoció. Para aquella mujer, la señora Obregón habÃa sido sólo una taxista más, nadie importante y eso a ella la enloqueció.
17 dÃas después.
3 de abril de 1951.
La señora Obregón, ya vestida con su abrigo y guantes negros sale a la calle mientras se despide de su marido. Pobre e ingenuo infiel, no se imagina a quién lleva en el maletero de su taxi.
Nico Jesse